¿Entonces?

Un día muy caluroso de Enero en los años ´60, Mabel cruzaba la plaza de la Iglesia en San Pedro, rumbo al Club Náutico, a las dos de la tarde.

Vestía una malla entera de escote muy abierto, shortcito bien corto y elegantes zapatos de taco alto, con suela de corcho.

 

Al pasar muy cerca de la entrada, salía el cura —sotana abrochada desde el cuello hasta los tobillos—. Al verla se ruborizó e iracundo, soltó un abrupto: “¡Atorranta, degenerada, desvergonzada! ¡¿No te da vergüenza andar así por la calle?!”
Mabel tomó sus dos hermosos y voluminosos pechos con ambas manos y le dijo mirándolo de frente: “¡Pero te gustaría… ¿no?!”